viernes, 13 de enero de 2012

Torres de Manhattan con Artifex no hon


Ahí estaba de plantón, esa chica a la que tanto quería y ahora lloraba desconsolada, me miraba, no con odio, en su mirada solo percibía una enorme sensación de vacío, de rabia por no poder hacer nada…

Mi interior era un gigantesco témpano helado. Era como si no pudiera ya sentir nada más que una extraña pena, una sensación alienante, como si yo no estuviera allí frente a ella viendo sus lágrimas resbalar por sus mejillas, como si estuviera lejos, ajeno a todo aquello, incapaz de comprender por qué lloraba. Como si aquello ya no fuese conmigo.

Salí de la habitación intentando comprender qué había pasado, cómo habíamos llegado a este punto, en qué momento dejé de admirarte, de quererte… Sólo podía pensar en que otra vez todo había ido estúpidamente mal por mi culpa. Iba dando pasos hacia la salida mientras escuchaba tus llantos, no pude contenerme y volví a la habitación a intentar consolarte.

Mientras te abrazaba y te sentía temblorosa y sollozante contra mis brazos, no podía dejar de ser terriblemente consciente de un hecho: esto era un final. Nada volvería a ser como antes. No podía sentir lo que tú sentías ni ansiar lo que tú ansiabas en aquel momento. Mi camino se había separado del tuyo demasiado tiempo antes como para que se volvieran a unir.

Decidí marcharme, total, allí ya no podía hacer nada más que daño, me odio a mí mismo por hacerte daño, yo pienso que es lo mejor, aunque tú pienses que soy un ser despreciable en ese momento,  no hay nada que me duela más… Bajo las escaleras y las lágrimas empiezan a inundar los ojos. Cierro la puerta del portal y empiezo a correr, como si no hubiera mañana, como si no me importara hoy…

Corro sin parar, notando mis piernas arder, como si dejara atrás todo aquello que quiero abandonar en la cuneta de mi vida, como si en mi mente retumbara a gritos la orden de alejarme, de irme allí donde nada de esto pudiera seguirme, donde nadie me conociera y donde remordimiento sólo fuese una palabra.

Tropiezo. Me sangran las manos, aprieto los puños, me levanto y me siento, en mis músculos tensos noto que quizás todo esto sea un enorme error, una simple crisis… Tengo que calmarme pienso, ir a casa y ducharme, cenar y dormir un poco. Cojo un taxi, en el transcurso del viaje no dejo de observar por la ventana un gris paisaje de ciudad que acompaña mi estado de ánimo. Ya en casa me ducho, pero no ceno, al abrir la nevera la cerveza se ilumina como un cartel de neón de un puticlub de la autopista.

Abro la cerveza y el gas chisporrotea al escapar, sonando como el disparo de salida de una noche que se antojaba larga y solitaria. Y llena de droga en sangre.

Alcohol, mi analgésico preferido. Eché un largo trago y la cerveza entró a chorro en mi garganta, como tantos millones de veces antes. Rebusqué en mis cajones en busca de drogas. El hachís parecía el compañero de baile perfecto. Lié un porro y lo aproximé a los labios. Las caladas y los tragos se alternaban a intervalos irregulares, alejándome de la culpa, de la realidad, de cualquier sensación que pudiera hacerme sentir .

Me tambaleé hasta la cama, música en mis oídos, una persona llorando por mí, y un único deseo, borrar este día de mi vida. Dejar caer un velo sobre mi extraña vida, una noche más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Licencia Creative Commons
Este obra de Quique Perigüell Cabanes está bajo una licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.