Aquella habitación parecía sacada de una sórdida película de
los años 80 en la cual todo eran drogas y rock&roll, el ambiente estaba
cargado a causa de nuestras bocas que no dejaban de exhalar humo denso y
blanco, mogollón de música acojonantemente buena por escuchar, totalmente
nueva, infinitas sensaciones nuevas por descubrir de la mano de una cerveza.
Dos guitarras sobre la cama, en una se posan unas manos
novatas, inexpertas, en la otra se posan unas manos más expertas, seguras,
confiadas. Cervezas sobre la mesa, risas, música, alguna película extraña, más
música. Las cervezas se suceden y se van acumulando sobre la mesa mientras unos
altavoces escupen magia hecha sonido. La luz tenue acompaña la sesión de
cachimba con estupefacientes, Clint Eastwood nos mira serio desde la pizarra
del comedor con un colgante en el que pone mal escrito “Polla”.
Echo la cabeza hacia atrás, exhalo, miro hacia la cama y veo guitarras, veo textos, pienso en que estoy haciendo mal, en que me he equivocado, al final no va a contar en que me he equivocado si no cuando he acertado. Esto es más de la misma mierda, nada nuevo.
Recuerdos a la deriva en un mar de sueños rotos, males que se ocultan tras el humo denso,
canciones que acallan el alma y cervezas vacias rellenadas con sueños.
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