Guardar cosas no por lo que son, no por ser bonitas, tampoco
por que queden bien, si no por de quien han sido.
En mi opinión un objeto tiene muy poco valor al ser
adquirido, es la historia de ese objeto, de quien ha sido, donde ha estado. Es
como un pequeño mundo de sueños, una litrona bebida, un par de paquetes de
tabaco vacíos que sus dueños terminaron aquí. Son cosas que no valen nada,
recuerdos de un pasado que marcha firme absorbiendo el presente, adelantando el
futuro.
Esos objetos me recuerdan que ha habido algo antes, que no
ha pasado todo en un segundo, que la vida es más que despertarse día tras día y
esperar que todo vaya bien, todo tiene un pequeño o un gran pasado, algo que
contar, historias soñadas. Todos los objetos tienen un fin, una representación
de algo que expresar, algunos simplemente son útiles, pequeños utensilios que
te hacen la vida un poco más fácil, otros son un ahogado grito de socorro.
Una simple parte de arriba de una cachimba, acumula
demasiados momentos, buenos y no tan buenos, ahora es solo un trozo de cerámica
que un día se estrello contra el suelo. Fue un accidente necesario, algún día
sabía que iba a pasar por el hecho de que ya había estado al borde de romperse
muchas otras veces, la verdad no me importo que se rompiera, es sustituible,
como todos los objetos, efímero, como todos los cuerpos. Nada es para siempre
pero los recueros crean la persona, permitiéndonos soñar o intentar aprender de
los errores del pasado.
Una vida sin recuerdos es una primavera sin flores, un
rompeolas en calma.
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