viernes, 12 de octubre de 2012

Muros.


Mi corazón palpitaba fuertemente en mi pecho, apresuraba mis pasos adelantado a gente por doquier, todos en bañador, trasnochados, ignoraba todo aquel gentío y andaba firme hacia mi objetivo. Ese objetivo que me daba tal confianza en mí mismo, esa confianza para seguir, para sonreír al mundo, ese objetivo no podías ser más que tú. Llegue al lugar acordado, después de lo ocurrido la última vez que hablamos  no podía estar mas que nervioso, tome asiento sobre un bordillo del paseo, frente al chiringuito negro como habíamos acordado y encendí un cigarrillo mientras miraba al paseo con cierta ansiedad, no podía dejar de darle vueltas y mi cabeza parecía uno de los conciertos de la noche anterior. Miles de ideas, como personas agolpándose frenéticamente y danzando al son del compás que marcaban sus pasos acercándose desde la marabunta de gente que había en el paseo.

Cada vez estaba más cerca, era real otra vez, ya no solo estaba en mi mente y no daba la vuelta ni pasaba de largo, se dirigía hacia mí con un paso inquebrantable pero somnoliento, su precioso caminar, siempre encantador, hipnótico. La miraba a la cara, radiante como siempre,  feliz, ella siempre estaba guapísima y encantadora, seguro que aun lo está. Y esas piernas de infarto que precedían a un exquisito cuerpo de mujer con unos pechos perfectos. Sigo preguntándome como termine enamorándome de tal belleza y que vio ella en mí, no lo sé, y quizás no quiero saberlo.
Me levante a recibirla boquiabierto y en ese instante olvidé a toda aquella gente, todas aquellas ideas que se agolpaban y zarandeaban mi cabeza fijaron su atención en ella, se amansaron, yacían ahora calmadas, susurrando. En ese instante solo existías ella, solamente ella, nadie más podía aparecer en mi mente en aquel momento. Se lanzo a mis brazos y yo la recibí apretándola contra mí, fuerte, como si tuviera que impedir que se marchara de nuevo, no era capaz de soltarla. Silencio, me percate de que no escuchaba nada solo la veía a ella, y dejó caer un sencillo saludo con su pequeña boquita perfecta, al cual yo respondí rápido pero con cierta timidez y no pude evitar más que decir lo ya evidente que la echaba mucho de menos, ella igual que siempre le restaba importancia al asunto sabiendo que para mí era un gran muro, que se erigía frente a mí, enorme, casi monstruoso, inexpugnable.

Entramos en la playa semivacía que nos gritaba impaciente que nos estaba esperando que había pasado demasiado tiempo desde la última vez que fuimos a visitarla, que pisamos juntos sus aguas y admiramos su grandeza. Una vez más juntos contemplamos sus colores y por un momento volví a ser feliz, sin embargo el muro seguía allí y en mis ojos se proyectaba aquel triste muro y se percibía en mi una sensación de desolación que hacia mi sonrisa una especie de mueca triste. La vio y me instó a que dejara de hacer eso, que no nos hiciera eso, yo no pude soportarlo más y la bese, a lo que respondió gustosamente. Pasaron más cosas esos días en los que yo no era persona aunque era divertido, pero conforme iba avanzando hacia la estación de aquel lugar, a pie, mochila  la espalda y botas calzadas, me daba cuenta de que tras de mí estaba aquella chica que se marcharía dejando un enorme vacío en mi.

 Cuando vuelvas supongo que será tarde para mí, ojalá no lo fuera, ojalá no sea demasiado duro saber que estás aquí y no poder estar contigo. Shhhh…

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