La luz se marcha,
acordes arrastrados forman haces de luz en cuentos ya contados, recuerdos
que vagan penosos. Este es el fin, la muerte de la muerte.
Pocas cosas asustaban más a Daniel que la muerte, cada vez
más cercana. El dolor se apoderaba de él haciéndole sentir miedo, autentico
pavor. Se proyectaban preguntas en su mente, que ahora era un laberinto
infranqueable, nada le servía de consuelo. Allí yacía tumbado de bruces en el
suelo sin poder articular movimiento ni palabra, ¿con que eso es estar muerto? Se
preguntaba, la oscuridad infinita, el vacío completo. Nada podía escuchar, nada
podía sentir aparte de miedo y ese inconmensurable dolor, oscuridad.
El dolor se hacía más y más profuso hasta que simplemente se
convirtió en todo, todo lo que sentía, todo lo que pensaba giraba en torno a
eso, ese sentimiento tan urgente que ocultaba todo lo demás. Su cabeza divagaba
cada vez más y empezó a repasar su vida, sabiendo que había vivido
intensamente, pero… ¿De eso trataba la vida? ¿Por qué tan rápido le había llegado
su hora? No había hecho nada importante, nada que recordar, una vida plagada de
errores, de sueños extraviados. Al menos había vivido bien pensó, aunque la
muerte le acechaba cada vez más. Oscuridad, Daniel se apago de golpe, ya no
había dolor, ya no había nada.
Luz, una inmensa luz se poso ante sus ojos, voces, pensó que
estaba en el cielo y se pregunto en voz alta si había muerto ya. A lo que
alguien contesto, has muerto pero sigues aquí, chaval, has vuelto a nacer. Miró
con urgencia a su alrededor, batas blancas, blancas sábanas, blancas paredes,
estoy en un hospital pensó todavía su muy turbada cabeza no sabía muy bien que
había pasado. Tampoco le importaba mucho, estaba vivo.
Tras unas semanas Daniel ya estaba completamente curado y
disfrutaba de una recuperación lenta y dolorosa, el dolor seguía allí nada podía
arrancarle ese sentimiento de muerte inminente, miraba el anochecer con ojos
tristes, con aspecto desaliñado sabiendo que tenía que morir algún día, ahora
era consciente de su propia muerte.
Recogió su arma y subió a la terraza, metió el cañón del
arma en su boca y volvió a ver esa nada, esa sensación de vacío que le
atormentaba por su continua presencia, el saber que no podía hacer nada por
remediarlo era lo que estaba matándolo. Soltó el revólver el cual cayó al suelo
haciendo un terrible sonido metálico. Una bala, un segundo, un disparo. No, no
podía apretar ese gatillo, las lágrimas parecía que iban a asfixiarle, lloraba
por no poder hacerlo, cerró los ojos y corrió hacia delante, los abrió y vio el
inmenso vacío por el que caía. Una sonrisa se proyecto en sus labios mientras
esa sensación de vacío se desvanecía y la sustituía una sensación de enorme libertad,
la muerte ha muerto pensó y se estrello contra el suelo muriendo al instante.
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