sábado, 21 de julio de 2012

Y anochece que no es poco.



La luz se marcha,  acordes arrastrados forman haces de luz en cuentos ya contados, recuerdos que vagan penosos. Este es el fin, la muerte de la muerte.

Pocas cosas asustaban más a Daniel que la muerte, cada vez más cercana. El dolor se apoderaba de él haciéndole sentir miedo, autentico pavor. Se proyectaban preguntas en su mente, que ahora era un laberinto infranqueable, nada le servía de consuelo. Allí yacía tumbado de bruces en el suelo sin poder articular movimiento ni palabra, ¿con que eso es estar muerto? Se preguntaba, la oscuridad infinita, el vacío completo. Nada podía escuchar, nada podía sentir aparte de miedo y ese inconmensurable dolor, oscuridad.

El dolor se hacía más y más profuso hasta que simplemente se convirtió en todo, todo lo que sentía, todo lo que pensaba giraba en torno a eso, ese sentimiento tan urgente que ocultaba todo lo demás. Su cabeza divagaba cada vez más y empezó a repasar su vida, sabiendo que había vivido intensamente, pero… ¿De eso trataba la vida? ¿Por qué tan rápido le había llegado su hora? No había hecho nada importante, nada que recordar, una vida plagada de errores, de sueños extraviados. Al menos había vivido bien pensó, aunque la muerte le acechaba cada vez más. Oscuridad, Daniel se apago de golpe, ya no había dolor, ya no había nada.

Luz, una inmensa luz se poso ante sus ojos, voces, pensó que estaba en el cielo y se pregunto en voz alta si había muerto ya. A lo que alguien contesto, has muerto pero sigues aquí, chaval, has vuelto a nacer. Miró con urgencia a su alrededor, batas blancas, blancas sábanas, blancas paredes, estoy en un hospital pensó todavía su muy turbada cabeza no sabía muy bien que había pasado. Tampoco le importaba mucho, estaba vivo.

Tras unas semanas Daniel ya estaba completamente curado y disfrutaba de una recuperación lenta y dolorosa, el dolor seguía allí nada podía arrancarle ese sentimiento de muerte inminente, miraba el anochecer con ojos tristes, con aspecto desaliñado sabiendo que tenía que morir algún día, ahora era consciente de su propia muerte.

Recogió su arma y subió a la terraza, metió el cañón del arma en su boca y volvió a ver esa nada, esa sensación de vacío que le atormentaba por su continua presencia, el saber que no podía hacer nada por remediarlo era lo que estaba matándolo. Soltó el revólver el cual cayó al suelo haciendo un terrible sonido metálico. Una bala, un segundo, un disparo. No, no podía apretar ese gatillo, las lágrimas parecía que iban a asfixiarle, lloraba por no poder hacerlo, cerró los ojos y corrió hacia delante, los abrió y vio el inmenso vacío por el que caía. Una sonrisa se proyecto en sus labios mientras esa sensación de vacío se desvanecía y la sustituía una sensación de enorme libertad, la muerte ha muerto pensó y se estrello contra el suelo muriendo al instante.

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