El café te mira con ojos rojos desde la mesilla exhalando un
tenue humo, soltando un pequeño aroma característico. Aun soñando, realidad a
medias, dos pasos tambaleantes hacia atrás. Los posters miran desde las paredes
abogando a la cordura, apagas el despertador que pone carita triste al
impedirle, como cada mañana, dar sus ya habituales buenos días en forma de
graznidos, imprecisos pero sumamente parecidos. Así de repente los auriculares
después de arrastrarse por el suelo emprenden la escalada, raudos agarrándose a
las fibras, a la altura de la cintura efectúan un pequeño parón, casi agotados
por el esfuerzo trepan por el interior de la camiseta y se adentran en los
oídos.
Y casualmente play, se hizo la música, eriza la piel los
pelos se levantan adormilados en son de danza, los pies medio fríos gritan por
despertar unos calcetines que desde dentro del armario pasan la resaca
eludiendo su tarea. El pijama se suicida frente a la ducha, y las gotas entre
gritos ahogados bajan por la piel a modo de tobogán. La puerta dice adiós y el
ascensor risueño se descuelga dando los buenos días